En una entrevista, el autor de este libro manifestó: “Yo sé de Castelli lo que sabe usted, lo que nos enseñaron los manuales escolares. Pero una paradoja atroz me sacudió y provocó en mí ese impulso interior: saber que Castelli, que fue llamado ’el orador de la Revolución de Mayo’, murió de un cáncer en la lengua. Eso me lanzó a la novela. Consulté veintidós libros de historia que aludían a Castelli. Ninguno me aportó nada más de lo que sabía. Lo demás es ficción”.
 
Como lectora, encontré, más allá de los datos conocidos de la historia, a un Castelli que narra con su voz, los silencios de la historia, lo que no nos cuenta la historia oficial. Entreví a un hombre en el ámbito de su vida privada, que muestra su temor a la muerte, su amor por su hija Ángela, lo doloroso de sus recuerdos.

 

El Castelli de Rivera no es un héroe. El que habla es un derrotado, consciente de la derrota. Sabe que le quedan pocas horas de vida. El cáncer avanza. Pero pide tiempo para defenderse y ordenar papeles. El sueño eterno de la revolución sostiene la pluma con la que escribe y denuncia. Y aunque sabe de la muerte de su amigo Mariano Moreno y de la traición de quienes vacilan, escribe en la novela: 

"Escriba que no le importa cuándo llegará el fin del camino. Escriba que no le importa eso -saber cuándo llegará al fin del camino-, con una mano que no tiembla. Escriba que el actor no miente, y que su pulso no tiembla. Y que en el escenario, cuya luz se extingue, el actor escribe: la revolución es un sueño eterno". 

 

Este libro recibió el Premio Nacional de Literatura en el año 1992.
S.G.